Por José María Posse - Abogado, historiador y escritor.

acido en Tucumán en 1871, Luis F. Nougués se crió huérfano de madre. Estudió en el Colegio Nacional y joven marchó a Buenos Aires. Allí estudió ingeniería en la Universidad Nacional de Buenos Aires, donde se graduó en 1895 con la tesis: “Proyecto de un ingenio de azúcar siendo materia prima la caña de azúcar”. El trabajo fue publicado en 95 páginas y contaba, además, con cinco grandes planos anexos. En los claustros universitarios trabó amistad con renombrados ingenieros; uno de ellos, Domingo Selva sería llamado a acometer la construcción de la magnífica Casa de Gobierno de Tucumán.

Inmediatamente volvió a su provincia, y se dedicó a la administración del ingenio San Pablo que había fundado su abuelo, pero que él modernizó para colocarlo entre los primeros de la industria, ya que hasta entonces no era una fábrica de punta. Pero el inquieto Nougués tenía altas metas para sus empresas y su lugar en el mundo.

Cambios en el San Pablo

Una idea de su elevada capacidad profesional se refleja en la casa del ex Ingenio San Pablo (hoy Centro de Altos Estudios), que fue diseñada íntegramente por el joven ingeniero, como “trabajo práctico” cuando cursaba el cuarto año de la carrera.

A temprana edad le tocó ejercer cargos de jerarquía en el San Pablo. Desde su lugar en el directorio se dedicó a fortalecer el cuidado de la salud de los empleados de la fábrica. El hospital era modelo en Tucumán y tenía todos los adelantos técnicos de la época.

También se preocupó por mejorar las condiciones edilicias de sus casas, dotándolas de baños adecuados, cocinas, etcétera. Colaboró con la Iglesia en la construcción del templo, ya que consideraba importante trabajar también en la salud espiritual de la comunidad, de la que se sentía responsable.

Un hombre de profundo espíritu ilustrado como Luis F. Nougués no podía abstraerse de la política. Uno de sus parientes porteños le aconsejó que no distrajese su tarea con esas inquietudes. Nougués le respondió, en carta del 26 de octubre: “No son nuestros únicos deberes ser buenos padres de familia y trabajar para tener fortuna. Es también necesario trabajar por el país con toda buena fe y energía. No nos importa mucho el éxito, que ya vendrá: cumplimos con nuestro deber de ciudadanos y tendremos, te garanto (sic), satisfacciones muy íntimas. Estoy muy contento de trabajar en este sentido, y debes creerme que no tengo más aspiraciones que poner lo que esté de mi parte para la felicidad de todos. En esta tendré ya mi parte”.

LA CASA DE GOBIERNO. En noviembre de 1906, el mandatario elevó a la Legislatura el proyecto edilicio que reemplazó al Cabildo.

Fue así que en 1903 fundó un nuevo partido político: Unión Popular, opositor al partido gobernante de ese momento. En los años subsiguientes, fue un activo diputado y senador provincial, siempre apoyando leyes en beneficio de los trabajadores del azúcar y del campo.

La gobernación

Por fin, luego de una rutilante carrera legislativa, fue elegido Gobernador de la Provincia el 2 de abril de 1906. Tenía tan sólo 35 años.

Desde ese sitial, acentuó su sentido humanista de la vida y puso especial énfasis en el cuidado de las condiciones de salubridad de los que menos tenían.

Impulsó obras tendientes a modernizar Tucumán y a dotarla de edificios de importancia en consonancia con el desarrollo económico, industrial y cultural de la provincia. A dicho criterio respondió la construcción del Banco de la Provincia en calle 9 de Julio primera cuadra, donde hoy se encuentra el Museo Provincial de Bellas Artes Timoteo Navarro. También la ley de concesión por la cual se levantaron sobre la avenida Sarmiento el conjunto de edificios del Teatro Odeón (hoy, San Martín), el Hotel Savoy y el Casino.

Asimismo llevó adelante obras públicas de importancia, por ejemplo, en irrigación y canalización; bajo su mandato se fundó ni más ni menos que la Estación Experimental Agrícola y la Nueva Villa de Marcos Paz. Todo ello era supervisado personalmente por él hasta en los mínimos detalles, con esa obsesión característica de un buen ingeniero.

En su mensaje de 1906, exponía su punto de vista sobre las obras públicas como vehículo no solo de progreso sino de elevación del gusto. Afirmaba: “no tenemos, ni esta ciudad ni en la campaña, edificios públicos ni obras de arte que contribuyan eficazmente a su embellecimiento, como si el trabajo de nuestros habitantes estuviera reñido con el buen gusto”.

Opinaba: “es necesario reaccionar, y hacer un sacrificio, para volver agradable la vida en nuestra provincia, con obras que, al mismo tiempo que higienicen, recreen nuestro espíritu”. Esto sería “resolver un doble problema, económico y social, porque no solamente no emigrará la fortuna y se atraerá al turista para disfrutar nuestros inviernos, sino que proporcionará, a las clases menos pudientes, los atractivos que tienen otras ciudades. El gobierno debe al pueblo estos adelantos”.

Había recorrido, decía, la parte más importante de Tucumán. “Y si bien, como tucumano debo enorgullecerme de la laboriosidad de nuestros comprovincianos, pues tienen sus campos bien cultivados y hacen buenas cosechas, llama la atención el atraso de sus poblaciones, que no cuentan, no ya con una obra de arte, pero ni siquiera con un paseo o un buen local para escuela”, sentenciaba.

Sede del poder

Afirmaba que tienen la sede sus autoridades, “en su mayor parte, en edificios mezquinos que rebajan la dignidad del funcionario y hablan muy mal de la cultura de nuestro pueblo”. Comentaba que no era raro que así ocurriese, si nuestra ciudad, la tercera del país por su comercio, “no tiene más que dos edificios públicos modernos y apropiados, ni, fuera de la plaza, tiene un sitio que permita a esos habitantes dirigir sus paseos para solaz del espíritu”.

Una de sus grandes obras públicas como gobernador fue la Casa de Gobierno de Tucumán. El 27 de noviembre de 1906, Nougués elevó a la Legislatura el proyecto de construcción de una nueva casa gubernamental que reemplazara el antiguo Cabildo colonial, hasta entonces, sede del Gobierno.

INGENIO SAN PABLO. El ingeniero impulsó cambios profundos tanto en la modernización de sus procesos como en el cuidado de los obreros.

En el texto de su mensaje destacaba el estado verdaderamente ruinoso del edificio. Decía que tratándose de una construcción antigua, ejecutada sin plan alguno y en diversas épocas, cualesquiera sumas que se invirtieran en su refacción serían malgastadas en realidad, porque lo existente no ofrece base alguna de reformas.

Además, recordaba que, según el Departamento de Obras Públicas, amenaza ruina en alguno de sus cuerpos y, para empleados y público, constituye un verdadero peligro. Finalmente la Legislatura lo autorizó a gastar 1.000.000 de pesos para la obra.

El proyecto se adjudicó al ingeniero Domingo Selva, destacado profesional, que había residido aquí en su juventud, donde egresó como bachiller en el Colegio Nacional.

Con un criterio muy difícil de comprender en la actualidad, se determinó que la nueva Casa de Gobierno implicaba la demolición del Cabildo. La inició el 28 de enero de 1908 la empresa Prunnières y Compañía, adjudicataria de la construcción. Además, la nueva edificación necesitaba mayor espacio hacia el sur, de manera que fueron expropiadas y demolidas las casas linderas del doctor Próspero García y de don Tiburcio Molina. Con ello la piqueta arrasaba también con dos edificaciones coloniales emblemáticas.

Protección a la industria

Como defensor de las industrias provinciales, el gobernador Luis F. Nougués, en 1907, estaba profundamente inquieto ante la situación de la industria azucarera de Tucumán. El 9 de agosto, dirigió al ministro Ezequiel Ramos Mexía una larga carta sobre el asunto. Sostenía que el Estado Nacional debía proteger tales actividades. De otro modo, decía, los posibles inversores de la industria “se ocuparán en llenar la bolsa, si es posible, para mandarse a mudar y emplear sus capitales en sembrar maíz y trigo y cuidar vacas, que parecen ser hoy los únicos trabajos lícitos en nuestro país; o dedicarse a especulaciones de tierras, que también dan grandes y fáciles ganancias”.

Agregaba: “los que aspiran a imponer al Norte esta única solución, ignoran que esos negocios no pueden prosperar porque los productos ganaderos y agrícolas sólo podrían ser consumidos en el mercado interno de las provincias, pues no pueden soportar el flete ferrocarrilero para buscar los mercados del litoral. Además, ¿qué consumo podrían tener estas provincias, que si mantienen alguna densidad de población es debida exclusivamente al trabajo industrial?”

A su juicio, las provincias del interior, sobre todo las del Norte, “necesitan producir artículos de un valor que resista al flete y sólo pueden serlo los de la industria fabril”. Consideraba Nougués: “si no tuviéramos industrias de ese género, sería un deber de la Nación contribuir a formarlas, puesto que no puede ser una aspiración mantener en pupilaje a las provincias, subvencionándoles sus presupuestos”.

Había que sostener y consolidar esta industria arraigada, en la que se ha invertido “no menos de 100 millones de pesos” y que “ha formado una educación técnica especial en nuestro pueblo”: una “suma de energía que se perdería irremisiblemente”, escribió.

Fue también propulsor del turismo en Tucumán, para lo cual ya había fundado en 1899 en tierras del Ingenio San Pablo, la hermosa Villa que luego llevaría su nombre y donde hoy se emplaza su estatua.

Defensa de la educación

Nougués fue un gran impulsor de la educación pública. En 1909, Juan B. Terán propuso a la Legislatura de Tucumán fundar una universidad en la provincia, proyecto que se convertiría en ley recién en 1912. Ese mismo año, el gobernador Nougués exponía una idea similar en su último mensaje a las Cámaras.

Le parecía “un hecho bien sensible, que me ha sido dado apreciar, lo limitado de la instrucción que se puede recibir en Tucumán”, decía. “Casi estaría autorizado para asegurar que hoy no pueden adquirirse en la provincia mayores conocimientos que hace 20 o 30 años”. Es verdad que habían aumentado mucho las escuelas y los educandos. Pero una vez que estos concluían sus estudios, “no encuentran entre nosotros institutos de enseñanza oficial ni superior, para completar una instrucción determinada”.

La Escuela de Agricultura sería la única excepción. Advertía que no podía culparse de este problema a la provincia, dada su escasa capacidad económica; pero, subrayaba, “es un problema de interés público que debemos resolver, con el concurso del gobierno de la Nación, interesando la acción de nuestros representantes”.

Dados el progreso general del país y sus necesidades, “no es justo que el norte de la República carezca de institutos de enseñanza superior”, y que sus habitantes deban “trasladarse a 1.000 kilómetros para adquirir conocimientos de los que hoy no puede dispensarse un pueblo civilizado”. Le parecía que “debemos procurar la fundación de un establecimiento nacional de estudios finales”. No quería usar el término “universitario”. Buscaba un centro “donde, a la par de estudios especulativos, se sigan los de sus aplicaciones, para ofrecer campo a las vocaciones distintas, que llevan a unos al cultivo de la ciencia por el saber mismo, y a los otros por su práctica en las artes para los fines de la vida”.

Tomar distancia

Luego de dejar la gobernación viajó a Europa durante un año; además de hacer turismo investigó innovaciones técnicas para su ingenio y su provincia. De allí trajo la idea de dotar a Villa Nougués de un funicular que subiera a los visitantes desde el llano hasta la cima y que sirviera además como atractivo al turista que nos visitara.

Siete meses más tarde, luego de su gobernación, Nougués escribe al doctor Julio López Mañán, el 7 de diciembre de 1910. Veía que López Mañán se había desencantado de la política. “Es la enfermedad que todos hemos sentido, los que como vos la hemos tomado con tanto entusiasmo”, le decía.

“Me he alejado para recuperar las energías perdidas a la espera de mejores tiempos; no para buscar posiciones, que jamás ha sido el fin que me he propuesto, sino para ocupar el puesto, por más modesto que sea, en las filas del partido que represente la causa de mi simpatía, con lo que creo cumplir con mi deber de ciudadano y me proporciona la satisfacción de encontrarme bien con mi conciencia”, aclaraba en su misiva.

En 1915 se enfermó gravemente. Se trasladó a Buenos Aires en busca de una cura, lo que no consiguió. El 30 de diciembre de ese año fallecía quien fue uno de los gobernadores más honrados y progresistas de la historia provincial y uno de los hombres de mayor entidad intelectual y profesional de su generación, que estructuró las bases del Tucumán moderno.

Formó su hogar con Doña Julia Etchecopar, con la que tuvo siete hijos.

Una calle de San Miguel de Tucumán, la villa turística que fundó y la plaza de la Villa Marcos Paz, de Yerba Buena, lo recuerdan.

Fuentes:

Carlos Páez de la Torre. “Luis F. Nougués, aportes para su biografía”. Buenos Aires, 1971. Recopilación de notas periodísticas del diario LA GACETA.

Miguel Alfredo Nougués (1976): “Los fundadores, los propulsores, los realizadores de San Pablo”. Tucumán.

José María Posse: “Historia de la Ingeniería Civil en Tucumán”, Ediciones del Colegio de Ingenieros Civiles de Tucumán, 2016.